Saturday, June 24, 2017

LAS ADIVINAS


En una ocasión, mi amiga Pereiruin y yo, invariablemente juntas en nuestra juventud, fuimos invitadas a la casa de unos amigos. 
No recuerdo la razón de tan extraña invitación, ni tampoco recuerdo el porqué llevamos mi Ouija, que en ese entonces consultábamos por cualquier cosa que se nos ocurriera, así fuera una estupidez, como lo eran también las respuestas que recibíamos: totales incoherencias que nos hacían indagar en nuestros cerebros la información oculta en esas extrañas palabras que iba formando el puntero de la Ouija letra tras letra, creyendo que había cierta maldad prohibida tras esas incomprensibles revelaciones, sin saber, como ahora lo sé, que eran nuestros inconscientes contestando.
Recuerdo que aquella tarde de la invitación fue muy divertida y, en algún momento, después de asustar a la poca gente que había con nuestro discreto manipuleo de la Ouija, anunciamos que podíamos comunicarnos con los espíritus de otra manera más directa. La curiosidad fue general. 
¿Cómo era eso?
Sí, los espíritus contestaban a las preguntas de la gente a través de la piel de nuestros brazos.
Ahora todos estaban aún más interesados.
Entre la gente, había un amigo de nuestros amigos que se notaba más sorprendido e intrigado: la víctima perfecta. 
Seguramente lo que anunciábamos como gitanas de feria de pueblo, era la respuesta a sus ruegos, a lo que había deseado hacía años, que alguien le contestara esa duda que lo perseguía tal vez desde pequeño, quitándole el sueño por las noches. 
Su credulidad era tal, que la externaba a través de su ansiedad. Y el que lo eligiéramos, obviamente, lo llenó de felicidad.
¡Pobre muchacho!
Era breve el tiempo que lo separaba de una completa desilusión...
Pero no nos adelantemos, regresemos a la total alegría del muchacho. Había sido elegido por Pereiruin y por mí para que los espíritus contestaran a la mayor de las dudas de su existencia.
Le dimos instrucciones: debía pensar en una pregunta que quisiera hacer a los espíritus, cuya respuesta fuera sí o no. Y una vez que la tuviera, plasmarla en un papel que el dueño de la casa le proporcionó, junto con un lápiz, una vela y unos cerillos.
Mientras tanto, Pereiruin y yo corrimos al baño a hacer los preparativos para responder a la pregunta que aún desconocíamos.
El muchacho, al que llamaremos Pedro, sonrió al vernos regresar, pues había escrito su pregunta y esperaba inquieto las instrucciones del siguiente paso.
Ceremoniosamente prendimos la vela e invitamos a Pedro a leer su pregunta.
—¿Alguna vez tendré novia? —leyó con voz grave y temblorosa.
Pereiruin y yo nos miramos discretamente, fue una mirada fugaz, pues ambas sabíamos la respuesta que debía recibir y solamente la confirmábamos.
Justo a este momento me gustaría poder volver, pero para desgracia de Pedro, aun si regresara, no podría cambiar la respuesta que recibió. Y es que el destino estaba escrito... en mi brazo.
—¿Alguna vez tendré novia? —vuelvo a oír en mi cabeza una y otra vez. 
La realidad es que no puedo retornar en el tiempo y cada vez que recuerdo esta historia veo mi mano tomando las cenizas de lo que fue la esperanzada carta de Pedro, vuelvo a pasar las cenizas por mi brazo izquierdo y  vuelve a aparecer un NO enorme y negro.
Recuerdo el asombro de todos, el murmullo de compasión.
¡Pobre Pedro!
Ahora sé que obtuvo lo que esperaba obtener, pero también estoy segura de que su vida hubiera sido diferente si yo hubiera pasado las cenizas por mi brazo derecho.
El caso es que "el hubiera no existe"  y, aunque ahora sé que es una crueldad reírse de la desgracia ajena, eso no impidió que Pereiruin y yo disfrutáramos ampliamente la sorpresa que fue para todos la aparición de las respuestas a varias preguntas en nuestros brazos y lo ingenuos que fueron al no sospechar que existiera un truco por nuestra parte.
No sé qué fue de Pedro. A veces pienso en él y lo imagino casado, pero el ego es poderoso y, entonces, me gustaría que su matrimonio fuera tan nefasto, que tal vez él también recuerde esa tarde en la que estuvo a punto de no casarse jamás y sueñe con que hubiera sido mejor hacer caso del NO que estaba en mi brazo. O tal vez nunca se casó y eso le permitió vivir una vida tranquila, sin conflictos de índole matrimonial y comprende, agradecido, que ese NO era un consejo que venía del más allá.

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