Tuesday, July 28, 2015

LOS ABRIGOS DE MI MAMÁ


En nuestra época en la universidad, mi amiga Pereiruin y yo teníamos muchos amigos y siempre buscábamos la forma de organizar reuniones con ellos los fines de semana. A estas reuniones invitábamos amistades de las diferentes escuelas en las que habíamos coincidido ella y yo. Así, nuestros invitados eran de grupos totalmente diferentes, lo que hacía que la fiesta fuera más divertida e interesante.

Eran unas reuniones de lo más animadas, que coincidían con los fines de semana en los que mi mamá se iba de viaje.

¡Qué casualidad!

La ventaja era que no había adultos avisando continuamente sobre lo tarde que era (costumbre muy arraigada en mi mamá). Por eso, la mayor parte de las veces, no nos percatábamos de la hora, pues Pereiruin, en esas ocasiones especiales, se quedaba a dormir en mi casa.

En una de esas reuniones, ya de madrugada, hacía muchísimo frío.

Ya no sabíamos qué más ponernos para entrar en calor, hasta que recordé que en el closet de abajo estaban los abrigos de pieles de mi mamá.

Dudé si sería buena idea. ¿Qué pasaría si mi mamá se enteraba que habíamos tocado sus valiosísimos abrigos? Aunque en realidad yo sabía perfecto lo que pasaría: se enfurecería y sus grandes ojos verdes echarían chispas.

 ¿Cómo me había atrevido a tocar sus finísimos abrigos, el de astracán, traído de Rusia?

¡Qué descaro!

Pero ella nunca los usaba y lo más seguro era que ni se enterara, y hacía tanto frío que, sin más, abrí el closet. Le di uno de los abrigos a Pereiruin y yo me puse otro. ¡Qué suavidad! ¡Qué calientito!

Recuerdo a Pereiruin sentada en uno de los sillones, sonriente pues ya no tenía frío, acariciando con sumo placer el abrigo que le había tocado. Su mano recorría la manga de arriba para abajo y de abajo para arriba, disfrutando la sensación, como si se tratara de un conejito. Participaba de la conversación que sosteníamos con algunos de los amigos todavía presentes, aunque yo notaba que estaba más interesada en explorar la manga del abrigo que en lo que decíamos.

En un momento dado, la mano de Pereiruin fue más abajo, al borde de la manga y, aún sonriente, su mirada fue también hacia ahí, al lugar que sus dedos exploraban con curiosidad y deleite.

De pronto, la cara de Pereiruin se transformó en una mueca de terror y repugnancia, la vimos saltar del sillón intentando, a como diera lugar, quitarse el abrigo que tanto le había gustado momentos antes.
- ¿Qué? ¿Qué pasa? – preguntábamos todos una y otra vez.

A Pereiruin no le interesaba decirnos qué pasaba. Lo único que quería era alejarse del abrigo lo antes posible y, una vez que estuvo como a tres metros de distancia, procedió a limpiarse las manos, frotándolas contra su pantalón de mezclilla. Cuando consideró que estaban lo suficientemente limpias, se pasó las manos por los brazos y el cuello como si se tratara de un médico brujo practicando una limpia en sí misma.

Hizo eso varias veces ante nuestra mirada atónita y entonces recordó que no estaba sola, que había hecho un símil de la danza de la lluvia frente a sus boquiabiertos amigos y comprendió que nos debía una explicación.

- No tiene deditos, son capullos –explicó brevemente, con cara de asco, señalando con dedo nervioso el abrigo abandonado.

- ¿Qué? –preguntamos al unísono.

- El abrigo de tu mamá tiene capullos –me reclamó indignada.

Yo no alcanzaba a comprender de qué me estaba hablando.

- Ahí, en la manga –señalaba a una distancia prudente.

Tomé el abrigo y, efectivamente, de la orilla de la manga colgaban, cual adornos, una serie de capullos peluditos que combinaban a la perfección con el abrigo, y que Pereiruin había confundido con los deditos de un zorro o de algún otro animal.

¡Qué asco!

Aventé la manga y la repulsión que me invadió me ayudó a quitarme el mío a una velocidad impresionante.

Los abrigos se quedaron ahí tirados por el resto de la noche, pues nadie se atrevió a tocarlos.

A la mañana siguiente, con ayuda de una ramita, quité los capullos que encontré y volví a colgar los abrigos en su lugar.

Así fue como en el futuro, aunque hiciera mucho frío, nunca más volvimos a ponernos los abrigos de mi mamá por miedo a encontrar algún capullo o cualquier otro bicho. En lugar de eso, usábamos unas colchas rosas que mi mamá tejió a gancho y que eran muy calientitas.

Pero siempre me quedó la duda y hasta la fecha me pregunto ¿cómo fue que llegaron unas orugas a ese closet (que no estaba junto a ninguna ventana o puerta, ni tampoco se abría con frecuencia), escalaron los abrigos, localizaron la orilla de las mangas y procedieron a construir varios multifamiliares? Aunque supongo que la culpable pudo ser alguna palomilla que, depositó sus huevecillos en algún lugar cercano o probablemente dentro del closet. Pero si así fue ¿qué comieron las orugas que salieron de esos huevecillos? Considerando la voracidad que suele caracterizar a las orugas, me pregunto si habría en ese closet un hábitat del cual formaban parte activa los abrigos de mi mamá.

Y si la respuesta es afirmativa, me alegro que mi mamá los vendiera a algún ingenuo hace ya algunos años.



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