"Gran comida de ex alumnos, 20 de mayo 2006.
Venta de boletos en las cajas del colegio"
Y más abajo tenía un logotipo raro que decía:
"Ex alumnos XK".
¿XK? Lo de XK le gustó.
Sí, definitivamente podría ser
XK. Pero de ahí a ir a la comida...
No, definitivamente, no iría.
Hacía años, en otra comida de
ex alumnos había jurado no volver a asistir a una.
Pasaron los días, y cada vez
que pasaba por donde estaba el letrero volvía a leerlo. Ya hasta se lo sabía de
memoria. Y, aunque mayo estaba cada vez más cerca, seguía pensando que no ir
era la mejor opción.
Pero un día algo pasó que la
hizo reconsiderar su negativa. Su esposo, bromeando, le había prohibido ir.
“¿Prohibiciones a mí?” había
pensado. No, ni en broma se lo permitiría.
Ahora "tendría" que ir a la
comida.
Llamó a su amiga de
Guadalajara, a su amiga de México y a su amiga de Canadá.
- ¿Vamos? -preguntó.
Y para su sorpresa la amiga de
Guadalajara y la amiga de México dijeron que sí.
Ahora, cada vez que veía el
letrero, sentía que su corazón daba un vuelco.
El 19 de mayo en la noche
llegó la amiga de Guadalajara. Hace mucho que no se veían, así es que se
abrazaron fuertemente. Tenían que hablar de muchas cosas, pero esta vez no se
pasaron toda la noche hablando como en los viejos tiempos, pues necesitaban
estar descansadas para el día siguiente.
Despertó muy temprano,
pensando que ya era 20 de mayo.
¿Estarían sus amigos de antes?
¿La recordarían?
Ya habían pasado 26 años desde
que salieron de prepa y, aunque habían pasado tan rápido que ni los había
sentido, de todas maneras eran muchos.
Llegaron temprano, pues más
tarde no habría en dónde estacionarse.
En la entrada les dijeron que
tenían que llenar una hojita con su nombre, teléfono, email y número de
generación.
- ¡¿Número de generación?!
- ¡¿Tenemos número de
generación?!
Pero afortunadamente había una
lista, y 26 años después se enteraron que pertenecían a la generación 6.
Después, cada quien pegaba a su ropa una
etiqueta con su nombre.
Y justo cuando acababan de
ponerse las etiquetas, alguien a sus espaldas las saludó. Era su antiguo
profesor de literatura. Lo saludaron con mucho gusto, no en balde era su
favorito.
Salieron al área donde estaban
las mesas. Casi no había llegado nadie. Es más, se puede decir que eran de las
primeras. Se sentaron en una de las mesas más cercanas a la puerta. Ahí, donde
estaba su profesor de literatura.
Y entonces la magia empezó.
Fue un momento de máxima
emoción. Casi de inmediato empezaron a aparecer caras conocidas y sonrientes.
Venían prácticamente uno tras otro, compañeros y amigos, cercanos algunos,
otros no tanto. Pero en ese momento todos se volvían a sentir de 18 años, a
pesar de los kilos de más, de las canas de algunos, de una que otra arruga, de
una que otra calva.
¿Rencores? Ninguno. Todo
estaba olvidado. Los brazos abiertos para recibir a los antiguos amigos.
Abrazos apretados, tal vez prolongados un poco más de lo debido pues querían
retener el recuerdo que hacía su aparición al sentir el contacto y el aroma de
alguien querido.
Fue un momento maravilloso.
Algunos nombres venían rápidamente a la memoria. Con otros había que echar una
mirada disimulada a la etiqueta de quien se aproximaba. ¡Claro! Pero si no ha
cambiado nada, pensaban cuando reconocían a alguien rápidamente.
Por un momento quisieron que la
mesa fuera más grande, que todos se sentaran ahí para verlos con más calma.
Pero todos iban y venían y al rato también se contagiaron de ese ir y venir en el
que se encontraban a veces con gente a la que no reconocían, ni siquiera al ver
el nombre en la etiqueta. El desconocido y ellas se miraban y entonces
comprendían que no se tenían que reconocer porque pertenecían a diferentes
generaciones. Y con una sonrisa, entre apenada y divertida, seguía cada quien
su camino.
Otras veces había que hacer un
poco más de memoria, pero cuando la persona no recordada les daba unos cuantos
detalles sobre su persona, de inmediato los recuerdos se sucedían uno tras otro
y en su mente aparecía esa persona 26 años más joven caminando por el patio de
la escuela, o frente al pizarrón, o tal vez riendo rodeado de sus amigos.
Y no faltaba entre algunos el
reencuentro con el antiguo amor, ese de la juventud, que es tan fuerte e
inolvidable, que unas veces dura años, otras veces es fugaz y otras ni siquiera
fue. Dudaban si abrazarse, pero era solo por una milésima de segundo, porque no
sabían cómo reaccionaría el otro. Pero conocían sus sonrisas y veían que no
había nada que temer y se abrazaban, emocionados de volver a encontrar a
alguien tan cercano y tan querido y, por supuesto, jamás olvidado. Ese alguien
a quien besaron alguna vez creyendo estar enamorados, y algunos tal vez lo
estaban. Ese alguien con quien volvieron a soñar años después, preguntándose
qué hubiera pasado de haber seguido juntos. Y, sin querer, un suspiro de alivio
se les escapaba, porque a fin de cuentas este era el reencuentro que más
preocupación les había causado en los días anteriores y todo había salido bien.
Por todos lados se oían
comentarios:
- Estás igualita...
- ¿Cómo se llamaba tu amigo?
- ¿Ya viste quién está ahí?
- Me divorcié.
- ¿A qué te dedicas?
- Tengo tres hijos.
- ¿Te acuerdas cuando íbamos a
tu casa?
- Tenía muchas ganas de verte.
- ¿Quién es?
Después vino un poco de calma,
el olor de la comida empezó a invadir el ambiente. Había que formarse, pero la
fila era nada más otra oportunidad para hablar con los antiguos amigos, tal vez
con los que les hubiera gustado conocer un poco más cuando se veían a diario. Y
ahora, aprovechando la fila, se ponían al corriente de sus vidas y descubrían
que se trataba de alguien súper simpático. Qué lástima haber pasado años sin
saberlo.
La comida transcurrió en un
ambiente un poco más relajado, a pesar
de que no faltó quien aprovechara la distracción de otro para robarle el pan,
porque era mejor no ir a hacer la fila ahora que estaban tan a gusto. Y cada
quien encajaba en su lugar. El simpático volvía a ser el simpático; el serio
volvía a ser el serio. Cada quien con su verdadera personalidad, sin máscaras,
porque estaban con los amigos de siempre, con los que no puedes engañar.
Y luego, los primeros
empezaron a despedirse. El "no te vayas" y el "quédate otro
ratito" a veces funcionaban, pero en otras ocasiones y después de varias
veces, ya no surtían efecto. Muchos se despidieron, y los muchos que quedaron se
fueron acercando.
Una antigua amiga ofreció su casa.
- Vamos -dijeron las amigas.
Hace cuánto que no entraban a
esa calle. Qué bueno que sabían el número de la casa, porque había cambiado
mucho.
Ahí tuvieron oportunidad de
hablar con personas con las que no habían hablado durante la comida.
Finalmente llegó la hora de
decir adiós. Ya era tarde. Se despidieron de todos.
Al día siguiente la amiga de
Guadalajara, la amiga de México y ella regresarían a sus vidas, con los hijos,
con los maridos.
Pero ya nada sería igual porque
habían vuelto a tener 18 y ese viaje en el tiempo era adictivo.
Tenía magia.
SILVIA RAMIREZ DE AGUILAR P.
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